En ocasiones, los riñones no depuran adecuadamente la sangre, con la consiguiente acumulación de metabolitos que pueden afectar a la salud de otros órganos. Es una disfunción que en medicina conocemos como enfermedad renal crónica y que en fases avanzadas requiere un tratamiento sustitutivo renal mediante diálisis o trasplante para mantener las funciones vitales.
La anemia asociada a la ERC suele hacer acto de presencia en las fases más avanzadas de la enfermedad. Puchades nos concreta que es “cuando el filtrado glomerular -la medida que se emplea para valorar la función renal- baja de los 30ml/min”. Esta medida ubica al paciente en un estadio 4 de la enfermedad, muy cercano a la fase 5, en la que ya se necesita diálisis. Aun así, es posible detectar “déficit de hierro y ciertos grados de anemia en algunos pacientes en fases más tempranas”, asegura la doctora.
Igual que en una anemia común, la doctora Puchades nos explica que “el principal síntoma es la astenia, pero también aparece dificultad de concentración, disnea o apatía”. Además, añade que “estudios poblacionales han demostrado que la anemia se asocia a una disminución en la calidad de vida y que su tratamiento revierte esta situación”.
Y es que detectar la enfermedad en sus fases más iniciales es importante, pues la anemia es un “multiplicador de riesgos”, según el doctor Cases, quien relaciona la anemia por ERC con un mayor riesgo cardiovascular y de progresión de la enfermedad renal, y añade que “la presencia de anemia multiplica por 2,7 veces las posibilidades de enfermedad coronaria”.