¿Cómo ha sido el proceso para grabar este documental?
A lo largo de mi trayectoria, he rodado cerca de 60 documentales, la mayoría de ellos relacionados con temáticas sociales y de salud. Normalmente, cuando ruedo no cuento con un guión prefijado, ya que, una vez tengo claros los mensajes que se quieren comunicar con el producto, me enfrento al rodaje confiando mucho en el azar, la capacidad de improvisación y la naturalidad. Siempre utilizo la misma dinámica, ya que en estas producciones los cineastas ejercemos casi como psicólogos: nuestra cámara recoge testimonios muy íntimos de personas que cuentan cosas que nunca antes han contado a nadie.
¿Cómo consigues conocer a Esther y a su pareja, acercarte a ellos y poco a poco ganar la confianza necesaria para filmar el documental?
Escuchando mucho, dejando que las cosas ocurran e interfiriendo muy poco. La clave es dejar que sean los propios protagonistas los que se olviden de que estás ahí, naturalizarlo todo y dejar que ellos se expresen. Lo más importante es recoger imágenes y dejar que todo fluya y sea lo más natural posible. Al fin y al cabo, el documental empieza a tomar forma en la mesa de edición, cuando vuelves al estudio y empiezas a revisar todo lo grabado.
En la pieza audiovisual destacas el papel del cuidador y el cambio de vida que implica tanto para la persona que vive con epoc como para la persona que convive con ella. ¿Cómo has conseguido plasmar todo esto en el documental?
Dándole a cada uno el protagonismo y el tiempo que se merece. Este tipo de documentales son complicados, ya que enseguida puedes correr el riesgo de caer en el desequilibrio si das más protagonismo al cuidador que al paciente. En este caso fue muy fácil conseguir un equilibrio de fuerzas entre Antonio y Esther, porque en realidad los dos se necesitan uno al otro y no tuvimos que forzar nada.